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Los descuartizadores de empresas cómo EEUU troceó Standard Oil y AT&T y por qué Microsoft y Google son su mayor reto

Los descuartizadores de empresas  cómo EEUU troceó Standard Oil y AT&T y por qué Microsoft y Google son su mayor retoLa pasión antimonopolios ha vuelto a EEUU. El pasado 5 de agosto, un juez condenó a Google por prácticas monopolísticas y abrió la puerta a posibles condenas que van desde su troceamiento hasta la venta de su navegador Chrome. Y esta semana, la FTC ha redoblado las investigaciones contra Microsoft por empaquetar aplicaciones como Teams dentro de Office. La política antitrust estadounidense tiene mucho de épica al descuartizar a grandes gigantes, pero también esconde una gran paradoja. EEUU es el país de la fe absoluta en el mercado para poner en su sitio a las compañías: no tiene reparo en cortar por lo sano cuando una corporación entra en fase de monopolio. No hay reacción tan violenta en el mundo para defender la libre competencia. Solo hay que mirar a la Vieja Europa. A la UE también le preocupan las prácticas monopolísticas y la Comisión va en paralelo a la justicia estadounidense abriendo investigaciones contra las tecnológicas, pero la filosofía es otra, con un enfoque a la protección del consumidor. Esto no quiere decir que las autoridades europeas no se hayan enfrentado a grandes empresas. De hecho, ha retado a los viejos monopolios de telecomunicaciones o ferrocarril con orígenes públicos, pero con la estrategia de ponerlos a competir en varios países a la vez para romper el control del mercado. De ahí que Telefónica diera el salto a Alemania y otros países, mientras en España tuvo que abrir su mercado a operadores extranjeros, como la francesa Orange. Y lo mismo ahora está pasando con el transporte ferroviario.

Y el Gobierno de Joe Biden quiere salir por la puerta grande, y tiene como objetivo a las grandes tecnológicas que dominan el mercado estadounidense. Esta batalla tiene famosos precedentes: EEUU tiene experiencia a la hora de descuartizar grandes monopolios, como Standard Oil o AT&T. Pero también tiene un "Houdini" en su historial, una firma gigante que logró salir con vida del trance: Microsoft. ¿Qué tienen las tecnológicas que les hacen más escurridizas? El origen de todas estas preguntas está en 1890, cuando EEUU aprobó la llamada "Ley Sherman" contra los cárteles de empresas. En aquellos años, era común que un grupo de empresas del mismo sector situadas en distintos estados se aliaran formalmente: creaban una empresa matriz que las coordinaba, y así se aseguraban de que ninguna de ellas compitiera entre sí, fijando precios y repartiéndose los beneficios. Standard Oil fue el ejemplo más icónico. En 1882, los principales inversores de 40 compañías petrolíferas crearon una firma que gestionaría sus acciones: en la práctica, una empresa que serviría de matriz de las otras 40 y controlaría su actividad. Una década después, para evitar la ley que acababa de aprobarse, una de esas empresas, Standard Oil de Nueva Jersey, compró las acciones de todas las demás y se convirtió en una megaempresa. La firma gestionaba todos los procesos relacionados con el petróleo: la extracción, el refinado, el transporte y la venta al público. Controlaba hasta la fabricación de derivados del petróleo, como la vaselina. Y, por supuesto, la firma cobraba los precios más altos posibles en cada uno de los pasos, lo que convirtió a su presidente, John D. Rockefeller, en uno de los primeros milmillonarios: él solo llegó a poseer el 1,5% de todo el PIB de EEUU, equivalente a unos 440.000 millones de dólares actuales. Sin embargo, las circunstancias estaban bastante claras: pese a los intentos de ofuscar la idea de un cártel mediante la fusión de todas las compañías, el Tribunal Supremo sentenció que esta firma era un ejemplo de libro de lo que la Ley Sherman quería evitar. Así, ordenó cancelar la fusión que habría creado Standard Oil y dar independencia a las 43 firmas que controlaba. Y, por supuesto, los dueños fueron multados y recibieron una prohibición de volver a formar un cártel. Prohibición que funcionó: las 43 empresas resultantes empezaron a competir entre sí, los precios bajaron y nuevos rivales aparecieron. Y más de un siglo después, muchos de sus descendientes aún sobreviven a día de hoy tras varias fusiones, compras y cambios de nombre: ExxonMobil (fusión de aquella SO de Nueva Jersey y la SO de Nueva York), Chevron (SO California), Marathon Petroleum (SO Ohio) o ConocoPhillips (heredera de Continental Oil). Incluso Saudi Aramco, la petrolera estatal de Arabia Saudí, nació como Californian-Arabian Standard Oil. Ese mismo día, sin embargo, hubo otra sentencia similar con resultados menos alentadores. American Tobacco era otro cártel que agrupaba a 65 compañías tabaqueras. Pero, en vez de ordenar la independencia de las 65, el Supremo ordenó su división en 4 compañías: American Tobacco, R. J. Reynolds, Liggett & Myers y Lorillard. No habían pasado ni 30 años cuando las cuatro volvieron a los tribunales por organizar un oligopolio, y tres de ellas fueron condenadas de nuevo por pactar precios. Una señal de que dividir monopolios no sirve si no se crea un nuevo mercado con suficiente competencia. El segundo gran caso fue el de AT&T. Aquí se produjo lo que se puede considerar un monopolio "natural" o "accidental". Las causas fueron dos. Por un lado, la patente del teléfono dejó sin rivales a la firma creada por Alexander Graham Bell para fabricarlos, Western Electric. Y la dificultad y el coste de instalar líneas telefónicas por todo el país dejó a AT&T, heredera de la firma de Bell, como la única compañía con el dinero y la capacidad de llegar hasta las zonas rurales más perdidas. No solo eso, sino que el monopolio tenía, en su visión, un beneficio: los clientes pagaban más por las llamadas locales (la inmensa mayoría de todas), a cambio de que las llamadas de "larga distancia" (a otros estados) fueran más baratas. El resultado de estas dos circunstancias es que, en 1913, el Gobierno de EEUU aceptó que la firma operara como monopolista a cambio de garantizar cobertura universal. Pero tras la II Guerra Mundial, esa posición de ventaja empezó a tener cada vez más enemigos en Washington, al considerar que estaba abusando de ella. Así, en 1956 hubo una primera denuncia antimonopolio, para limitar su capacidad de cobrar más a los usuarios. Así, le obligaron a aceptar que sus clientes usaran teléfonos comprados a otros fabricantes distintos a Western Electric, que los cobraba más caros; a vender su fabricante canadiense Northern Electric (que, una vez independizado, acabó vendiendo más en EEUU que la propia Western Electric); y, finalmente, a vender su filiales en Canadá, Japón y el Caribe. Pero el avance de la tecnología y la aparición incipiente de los teléfonos móviles, y la sospecha de que AT&T estaba frenando su desarrollo, llevaron al Departamento de Justicia a considerar que el "monopolio natural" debía llegar a su fin. En 1974 puso una segunda demanda, esta vez solicitando el troceamiento de la firma. Y tras 10 años de batallas legales, en 1984 AT&T se rindió y aceptó negociar su propia división. El resultado fue la venta de las 7 filiales regionales que operaba en el país, creando de la nada siete empresas telefónicas rivales. Aun así, el problema sigue vivo: los herederos de AT&T crearon pequeños monopolios en sus regiones, y la competencia de otras firmas "vecinas" en las gigantescas áreas rurales del país es tan escasa que la mayoría de los consumidores tienen apenas una o dos opciones. Todo el mundo quiere operar en Nueva York o en Los Ángeles, pero nadie quiere ser el que lleve los cables de fibra óptica a un rancho perdido en Wyoming. El resultado es que los precios medios de internet en EEUU son mucho más altos que en otros países desarrollados: el doble que en Alemania o el triple que en Corea del Sur. Todos estos casos hablaban de un mundo antiguo en el que las empresas poseían y vendían bienes físicos, con filiales separadas que se podían dividir con relativa facilidad. Pero en 1994, el problema al que se enfrentaba el Departamento de Justicia era diferente: Microsoft tenía un monopolio en ordenadores personales, porque su software, Windows, era superior al de sus rivales. En aquel momento Apple no era una rival digna de tal nombre y las patentes de Microsoft hacían muy difícil que otras empresas diseñaran una "marca blanca" de Windows. Y en un mundo en el que aún no existían los teléfonos móviles o las tablets, dominar los ordenadores suponía dominar el universo de internet. El acuerdo al que llegaron con Microsoft suponía recordarles un artículo clave de la vetusta Ley Clayton, que se creó en 1914 para añadir potencia a la Ley Sherman: es ilegal obligar a un cliente que quiere comprar un producto A a tener que llevarse además un producto B aunque no quiera. En otras palabras: el empaquetamiento obligatorio de bienes y servicios es ilegal. Pero la firma que dirigía entonces Bill Gates decidió que le merecía la pena jugar con las definiciones. Cuando todos los ordenadores Windows empezaron a llevar Internet Explorer (IE) y Windows Media Player, Microsoft alegó que no eran "productos empaquetados", sino "características adicionales" del sistema operativo. Pero cuando IE acabó por comerse a todos sus rivales, consiguiendo una cuota de mercado de más del 95%, el Gobierno decidió llevarle a los tribunales. El juicio se centró en decidir si IE era una parte intrínseca del sistema operativo o un mero extra que se podía eliminar sin provocar ningún otro efecto secundario. Si era lo primero, no era un producto "empaquetado". Si era lo segundo, sí lo era, y había eliminado a la competencia de forma ilegal. Y la actitud de la multinacional, que presentó vídeos falsificados como pruebas, entre otros, llevó a los jueces a declararles culpables de monopolio. Sin embargo, había un problema. Aquí no había un "Microsoft Texas" ni un "Microsoft Pensilvania" que pudieran competir entre sí. El equipo de IE trabajaba en la misma oficina, coordinándose con el equipo de Windows. Dividir la firma no era tan fácil como fue en el caso de sus antecesores. Finalmente, el acuerdo al que llegaron las partes fue permitir que otras firmas tuvieran acceso a la documentación para programar para Windows y facilitar a los usuarios la posibilidad de instalar programas distintos a los que vienen de serie con el sistema operativo. El acuerdo fue tachado de demasiado blando por diversos expertos, que pensaban que el acuerdo no suponía una verdadera sanción que obligara a que la firma cambiara su comportamiento. Y 20 años después, el Departamento de Justicia ha vuelto a denunciar a la multinacional por motivos similares: en este caso, por empaquetar Teams junto a Office. La última víctima es Alphabet. El pasado mes de agosto fue condenada por "prácticas monopolísticas". Y el Departamento de Justicia está destinando muchos esfuerzos en demostrar, a través de testigos y documentos, que Google poseía desde hace mucho tiempo el talento y la capacidad tecnológica para tener herramientas de búsquedas generativa de IA. El asunto no es baladí. Si se confirma este extremo, demostraría que los consumidores se vieron perjudicados con su estrategia. Para el buscador de Google, funcionar con IA lo cambia todo. El futuro de encontrar contenido en Internet ya no estaría basado en indicaciones de textos, sino en la palabra. En los setenta, el Departamento de Justicia logró desmembrar AT&T con una estrategia procesal parecida. Probó que la teleco no quiso lanzarse y desarrollar el negocio de la telefonía móvil para mantener el control de los teléfonos fijos. La respuesta de Google a la acusación directa es que fueron prudentes con la nueva tecnología por el posible daño social. "Nuestra sensación era que aún no era responsable poner esa tecnología frente a los usuarios debido a los riesgos que implica", declaró Raghavan. El directivo ha reconocido que los avances se mantenían en secreto, pero se seguía trabajando en ellos. "Lo manteníamos bajo las sábanas, pero lo estábamos desarrollando gradualmente". El Departamento de Justicia asegura que tan pronto como se hizo público el acuerdo de Microsoft con OpenAI, así como sus movimientos para integrar estrechamente ChatGPT en su motor de búsqueda Bing, en Google hubo un mandato interno de "código rojo" para aplicar la IA generativa en todos sus principales productos. La pregunta aquí es cómo se podría desmembrar la empresa una vez condenada por monopolio. Los antecedentes de Microsoft dificultan una decisión así. La mejor respuesta posible, dadas las circunstancias, sería trocear a la empresa por negocio: separar el departamento de publicidad nacido de Doubleclick, por ejemplo. Una decisión que, de ocurrir, sería tan histórica como las dos grandes de la historia estadounidense.